Había una mujer que llevaba su vaquita al Panecillo.
Allí la pataba siempre porque no tenía potrero propio .
Un buen día, mientras recogía un poco de leña, dejó al animal cerca de la olla que todavía hay en la cima de la colina. A su regreso ya no lo encontró en ese lugar. Llena de susto se puso a buscarlo por los alrededores.
Algunas horas pasaron y la vaquita no asomó. Bajó hasta el fondo de la enorme olla y dio mas bien con la entrada de un inmenso palacio encantado. Sentada en el trono estaba una bella princesa .
Al ver ahí a la humilde señora , la Princesa le preguntó sonriendo acerca del motivo, de su visita. Llorando le contó lo sucedido esa tarde.
También le dijo que, de no hallar a su vaquita lechera se quedaría en la mayor miseria del mundo.
Para calmar un tanto el sufrimiento que padecía, la Princesa le regaló un choclo y un ladrillo de oro. También la consoló asegurándole que su querida vaquita estaba sana y salva en el prado.
La pobre mujer no tuvo sino lágrimas de gratitud por semejante generosidad. Y salió contenta del palacio, sujetando bien contra su pecho el maravilloso obsequio. Apenas llegó a la puerta de la olla mágica tuvo otra gran sorpresa. La vaquita le lanzó un mugido y movió con cariño su cola. La dueña y su animal se dirigieron al hogar, en donde vivieron felices por el resto de sus días.
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